Universo
negro que atraviesas el océano, equiparando mí domicilio remunerado en el
delirio. Es un beso el mayor secreto de este viaje, cuando escucho mis pesares
en la copa de los árboles.
Febril
y austero, sin conocimiento del centro, te aprisionas rey de mi cuento. ¿Qué
acontece bajo las sombras desterradas, por cada mirada eclipsada? El oasis del
miedo sin fin, un verbo que no termina de resurgir.
Cuentan
en mi historia, que la vida se controla sin barreras aleatorias, y escuchando
mi trayectoria, descubro el templo de mi victoria.
¡cuántas
madrugadas, donde mi suplicio se convertía en desperdicio! Con humos y vicios…
con largas colas, cosidas en los telares de mi oficio.
Esto
que me duerme y que me nubla, pasándose un centímetro cero de la luz a la
penumbra, es una vertiente de la viva cal del mar, en mi occidente.
¡Sofócate
enredo! De haber consolidado mi exterminio, porque subí del suelo con alas
blancas, tras el personal exterminio.
No
podrás, no! , deseo con peso que pesas en mí, no podrás!, atrapar tu más
preciado fin, pues a disgustos me acostumbrasteis a ser pasajera de un lugar en
la tierra, proclamado en quiebra. Y quiero sacarte tanto de mí…quiero tanto que
te vayas… que no veo la hora de almorzar en la terraza, no veo la hora!!, me
grito con fuerza, manos de agujas y tejedoras sentadas en sus talleres, mirando
pasar los trenes, disfrutando desde la cercanía al ver sus sueños irse en sus
vaivenes, no veo la hora!!, se gritan sin cesar, tras el aliento de añoranza al
suspirar.
María Arévalo García.
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